miércoles, 11 de mayo de 2011

mi poeta favorito



MI POETA FAVORITO


El testigo del hombre Jaime Sabines es el poeta de la celebración amorosa, pero tambiénel de la queja hosca y blasfema que emula el lamento de Job, diceel autor del siguiente ensayo, a propósito del décimo aniversarioluctuoso del escritor chiapaneco. texto: armando gonzález torres Para varias generaciones, el nombre de Jaime Sabines (1926-1999) era un conjuro que abría las puertas a una inusual experiencia de empatía humana y comunión poética. Eran muchas las virtudes que podían encontrase en la poesía de Sabines: por un lado, el despliegue de una musicalidad espontánea y envolvente que sonaba lo mismo a Siglo de Oro y a modernismo que a cierta socarrona anti-poesía; por el otro, la consagración de un tono vivencial y cotidiano. Pero si esas facultades poéticas bastaban para ganarle adeptos, había otros rasgos de su personalidad, como su imagen de hombre sencillo, sus testimonios de humanidad y sus diatribas contra las impostaciones y mezquindades de la vida literaria (“El poeta es el testigo del hombre. Por eso debe ser, antes que nada, hombre común, oficiante de todos los oficios, actor de todos los dramas, las tragedias y las comedias del mundo”, decía Sabines). En un contexto de polarización política y literaria, el poeta chiapananeco llegó a personificar al claro cantor de lo esencial frente a la artificialidad y rebuscamiento de los poetas culteranos. Porque, la reivindicación del discurso directo y del vitalismo en la poesía era una elección artística, pero también un gesto político tendiente a expropiar el goce estético de los dominios de la llamada alta cultura y devolverlo al individuo de la calle. En ese sentido, aunque Sabines no era un ejemplo de militancia políticamente correcta, su personalidad fue dotada de un aura contestataria y su poesía se convirtió en una referencia sentimental indiscutiblemente progresista. ¿Cómo llegó a la poesía este autoproclamado enemigo de la retórica poética? Él mismo se encargaba de recalcarlo en sus entrevistas: no fue un niño genial, ni atormentado. Vivió la infancia traviesa y despreocupada de un chiquillo de provincias y, ya adolescente, acudió a la capital a estudiar Medicina, aunque, entre la soledad y hostilidad de la urbe, se encontró con el llamado poderoso e involuntario de la poesía. Tras la consabida crisis vocacional, descartó curar el cuerpo (aunque mucho del oficio taumatúrgico se preservó en su poesía), estudió Letras, a los 23 años publicó su primer y notable libro Horal y a los 30, con La señal, Adán y Eva y Tarumba puede decirse que ya había completado la parte más significativa de su obra. Aunque el joven poeta llamó la atención, hubo de trabajar en otros menesteres para sostener a su familia: atendió un comercio de ropa, vendió alimentos para animales, administró un rancho y hasta tuvo el arrojo de incursionar en la inflamable política.

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